A estas alturas del año, cuando el que aún no ha conseguido irse de vacaciones está ya contando los días que le quedan, parece el momento oportuno para hablar de estrés laboral. En el fondo hablamos de estrés refiriéndonos al estrés patológico, porque un cierto grado de estrés es muy necesario para mantener un rendimiento adecuado, tanto en el trabajo como en el resto de nuestra vida. El estrés puede manifestarse de muchas formas. Algunos síntomas generales pueden ser el cansancio, la dificultad de concentración, así como el aumento o la disminución del apetito.
De la misma manera, puede haber otros síntomas más específicos que se sitúan en no pocas ocasiones en la esfera cardiovascular como palpitaciones, dolor torácico, sensación de dificultad respiratoria, etc. El estrés también puede tener su eco en el ámbito digestivo con molestias gástricas, diarrea o alteraciones del tránsito intestinal. Al final muchos síntomas, o casi todos, pueden estar causados, desencadenados, agravados o mantenidos por causa del estrés.
No es necesario buscar una causa reconocible de estrés. La vida misma es en sí misma estresante, y las exigencias laborales y su conciliación con la vida familiar contribuyen a ello. Evidentemente hay momentos más y menos complicados, pero si a una situación que casi siempre es de un equilibrio inestable añadimos alguna dificultad económica, falta de sueño o una enfermedad encontraremos un ámbito especialmente favorable para sentirnos realmente estresados.
Es por ello importante tomar medidas cuanto antes, para evitar que llegue a convertirse en un problema para nuestra salud. Dormir el tiempo necesario, saber desconectar en nuestro tiempo de ocio, medidas para relajarse en el propio ámbito laboral, practicar ejercicio físico al menos tres o cuatro días por semana, son relativamente fáciles de conseguir y nos ayudarán a prevenir el estrés. Y ojo, que en nada tenemos el síndrome postvacacional a la vista.