
El confinamiento y la regulación de las salidas han llevado consigo, en una gran parte de la población, una disminución en la exposición al sol. Una falta de luz que ha despertado dudas en cómo puede afectarnos la radiación en este periodo post-COVID-19. “El periodo de no exposición no ha sido tan prolongado como para que tenga una incidencia ahora que salimos, sin embargo, la euforia por salir de nuevo no puede hacernos olvidar las medidas de fotoprotección habituales”, explica el Dr. Rafael Salido, especialista en Dermatología de la Clínica Universidad de Navarra.
“Las medidas básicas son intentar evitar la exposición solar en las horas centrales del día (12 a 16 horas), que es cuando la incidencia de los rayos es más vertical y la radiación ultravioleta mayor, y emplear crema de alta protección”, reconoce el dermatólogo. “Una protección que también debe usarse cuando está nublado e, incluso, en invierno, y no solo cuando se va a tomar el sol sino también al salir a dar un paseo o hacer deporte”.
Existen dos tipos de fotoprotectores: físicos y químicos. Los físicos – como detalla el especialista – contienen compuestos que hacen que la radiación ultravioleta no penetre en la piel, mientras que los químicos se componen de sustancias que absorben la radiación para que no pasen al organismo. Sin embargo, en estos últimos, pese a que está demostrada su seguridad, “esas sustancias se pueden absorber en cantidades muy pequeñas”. Un aspecto que los hace desaconsejable para los menores de 3 años.
“Además, es muy importante la protección física como el uso de sombreros o gorras, en especial en personas calvas o niños pequeños, o prendas de ropa ligeras”, añade el Dr. Salido.
Autoexploración y vigilancia
La otra pieza clave en la prevención del cáncer de piel es la autoexploración. ¿En qué debemos fijarnos para ser capaces de esa detección? “Los principales cambios en un lunar están basados en la irregularidad. Un lunar que es regular y homogéneo, tiene el mismo color y forma, es signo de benignidad. Si se vuelve irregular, es decir, presenta distintos colores, una morfología diferente o con un crecimiento focal podemos estar ante un cáncer de piel”, detalla. “Por ejemplo, un lunar que era marrón vemos que en la periferia se ha creado una pequeña mancha negra que cada vez es mayor”.
Normalmente, estos cambios no se producen de forma brusca, sino que tienen una instauración rápida pero progresiva durante unas semanas. “Un picor o rojez repentina en la piel puede deberse a patologías inflamatorio”, aclara el Dr. Salido.
Además de los cambios, es muy importante detectar lunares nuevos, ya que “al contrario de lo que mucha gente piensa, la mayoría de veces el melanoma aparece sobre piel sana”. Por ello, debemos fijarnos en la aparición de un lunar nuevo, especialmente a partir de los 40-50 años, y que crece más rápido de lo normal. En ocasiones, este crecimiento es tan lento que es difícil de apreciar, por lo que es importante la consulta al especialista.
En esta vigilancia no debemos olvidarnos de las zonas escondidas como las plantas de los pies, entre los dedos o zona inguinal. Un método de ayuda, especialmente para tener una mejor visión de la espalda, es realizarse fotografías que, además, servirán de referencia para nuestro habitual auto-seguimiento de los lunares en casa.
“Es recomendable realizar una revisión anual con el dermatólogo para ver si hay algún signo o cambio, ya que con la dermatoscopia somos capaces de afinar mejor. De esta forma, podremos indicar el riesgo que tiene cada paciente en función de los antecedentes familiares, número de lunares, morfología o si se ha recibido mucha carga solar, entre otros factores de riesgo. E incluirse en programas de seguimientos adaptados a su caso”, concluye.